martes, 29 de julio de 2014

18:57

Nuestra amistad ha encontrado un bonito epitafio
en las desgarradoras llamas de las últimas palabras
que nos hemos dicho en esta tarde ya anochecida
y en las dos poesías amargas que pienso dedicarle.
Mi temor no es tu fantasma, no son tus venganzas,
sino que haya de volver a herir al suelo, romperlo
con golpes lágrima, golpes sollozo, golpes de pena,
tener que enterrar en tu fosa a otros compañeros,
otros soldados, obviamente, más valientes que tú.
Nuestra amistad supo encontrar su lugar de muerte
en tu sucia sinceridad, en tus segundas intenciones,
en mi furia momentánea que fue puño y no mano,
en estas notas que te dejo para que sepas seguro
que este y no otro ha de ser tu lecho de descanso.

jueves, 24 de julio de 2014

17:45

Marchas con puños prietos que fueron mano,
con su nombre marcado con nuevo silencio.
Marchas a las sombras, las cálidas y húmedas,
las que te vieron nacer, las que tanto prefieres.
Marchas a la oscuridad de las brasas de agua,
del desconocido, desandas lento tu confianza.
Marchas con dirección Exilio, a sentirte extraño,
a buscar el olvido, el perdón, la tierna ignorancia.
Marchas pero ahora, dubitativo, te has parado,
miras atrás, quizá la columna de sal tenga vida.

viernes, 11 de julio de 2014

04.01

Estás solo ante un millar de ojos, sobreviviendo al asesinato visual, la balacera acuchilla tus palabras con cientos de miradas catódicas observando en rutinario surround. Ante un millar manos que esperan, un silencio puesto a todo volumen. Sólo en tu letanía en blanco y negro, en periódicos y lamentos lastimeros, en una imagen de color sepia coraza. Solo, eternamente solo en la tarima... pobre y triste personaje encarcelado en el último aplauso incomprendido, cadena perpetua de fama y falsedad.

miércoles, 9 de julio de 2014

01:35

Nació con la apertura de la caja roja que lo contenía,
al calor que lo haría brasa, que lo convertiría en muerte.
La mano, tímida, lo acercó a la llama para bautizarlo
y lo llevó tierna y lentamente hacia el primer beso.
Atribulado contempló la luz diurna entre dedos ajenos,
temeroso de su destino cercano, contundente, cierto.
La boca, ávida, sorbía poco a poco su vida gris,
su corta e ínfima rutina, la suerte de consumirse,
la fortuna o estrella del que se sabe perdido.

En su último estertor, el cigarrillo, se convirtió en lanza y con un suspiro final se estrelló contra el cenicero dejando una cicatriz de humo y ascuas en su piel.