miércoles, 9 de julio de 2014

01:35

Nació con la apertura de la caja roja que lo contenía,
al calor que lo haría brasa, que lo convertiría en muerte.
La mano, tímida, lo acercó a la llama para bautizarlo
y lo llevó tierna y lentamente hacia el primer beso.
Atribulado contempló la luz diurna entre dedos ajenos,
temeroso de su destino cercano, contundente, cierto.
La boca, ávida, sorbía poco a poco su vida gris,
su corta e ínfima rutina, la suerte de consumirse,
la fortuna o estrella del que se sabe perdido.

En su último estertor, el cigarrillo, se convirtió en lanza y con un suspiro final se estrelló contra el cenicero dejando una cicatriz de humo y ascuas en su piel.

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