miércoles, 13 de marzo de 2013

Ciudad Eterna

La fortaleza tenía brechas, heridas, arrugas,
habían horadado la consciencia del castillo.

¡Los gritos silenciados del populacho!
Los vítores se habían extinguido
con el postrero aliento del último esclavo:
El pulgar decidió en favor de la barbarie.

Toda gloria yacía en el pasado
con los laureles marchitos,
escudos carcomidos de óxido
y osamentas de águilas.

Las piedras y los cascotes sangran historia
en las aceras tantos siglos después,
un anillo de brazos marmóreos
alza una plegaria eterna al firmamento.

La pólvora y las tormentas del tiempo
aún restallan en la coraza de aquel soldado
tan dignamente plantado en la tierra,
solo habían acertado a rasgarle la capa.

Quiso el Destino que ladrillos sonrientes sustituyesen el antiguo orgullo imperial.

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