Debería gritarlo en tinta en clave de vino
con cuerpo
y tirando hacia el rojo bemol.
Sería bonito
ver nacer césped en mi boca,
pisarlo con los pies desatados de desnudez.
Estaría bien
hablar fuera de la tripa oscura,
los barrotes y trincheras hondas de soledad.
Me encantaría
rozar la página con dedos delicados y tiernos,
acariciar la suave piel de las palabras marchitas.
Pero no puedo,
tengo que golpear distinto:
atado a esta camisa gris,
con mano sin prisa,
de un color sutil, quizá con un jaspeado leve,
con el sabor más bien espinoso y terciopelado
de las rosas negras que crecen en el cementerio.
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