lunes, 1 de julio de 2013

5.40



Mutilé los escasos abrazos que ella me había prodigado.
Estrangulé mis ojos hasta que la carne suicidó las lágrimas,
hasta la ceguera de la noche, hacia la oscuridad y la sangre.
Golpeé a la pared hasta dejarla seca y sin condescendencia,
hasta romperle la carcajada y dejarla sin saliva que masticar.
Destrocé las llaves del silencio para desatarlo y oír, otra vez,
sus cascos enterrar en gritos a la rabia estéril que padecía.

Corté el hilo que alimentaba lo nocturno que había en mi,
rompí las alas de los cuervos muertos que me consumían.
Esparcí las cenizas de las perlas transparentes y saladas,
las que durante tanto tiempo habían roído el suelo húmedo.
Clavé una estaca de esperanza en el corazón espinado
de aquel recuerdo, de aquella noche hace siete años.
Mis días de angustia perecieron la noche en que decidí olvidar.

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