domingo, 17 de marzo de 2013

17.19

Durante aquella época bailaban en mi suelo cientos de corchos.
Aislado por completo navegaba por océanos sellados en botellas,
mundos de cristal que vivían a la luz de una única y triste lámpara.

Tenía una colección entera de pañuelos destrozados
que intenté utilizar para taponarme el corazón
y crear una coraza mientras lo fregaba con bebida.

Sentía el sol en todos y cada uno de los amaneceres,
un rastrillo oxidado clavándose en el suelo
que no daba paz ni tregua y arañaba frenético
las raíces de mis cabellos y destrozaba mis ojos.

Cada tanto mis entrañas se columpiaban
desde dentro hacia las aguas turbulentas.

Llegó un día en que las agujas empezaron a hablarme,
a coserme los brazos, a andar por mis perfectas venas.
Compraba la calma y la seguridad, la diversión y la risa,
disfrute y deleite,
un sueño que me hubiera gustado parar.

Rasgué la garganta de mis últimos años con una botella de whisky.

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