La cabellera castaña
se descolgaba por el terciopelado
cuello de la joven yegua,
se mojaba durante la noche
en el espejo eterno, intemporal
de aquel estanque que reflejaba
la paz y el sosiego,
el pasar tranquilo y calmo
de las horas nocturnas.
La luz azulona de la oscuridad
se congraciaba con ella
y la arropaba, farolillo único,
reflejo de una llama mayor.
El agua acariciaba sus labios
mientras cientos de cerillas
hacían arder el cielo.
Las manos se posaban en su melena,
cabellos largos que descendían
a las profundidades de la orilla del lago.
El agua no solo da vigor a los débiles y desfallecidos, ama a la vida con caricias.
M.F.
No hay comentarios:
Publicar un comentario