Cuando los huesos me susurren
y empiece a desdibujar a Dios
en la neblinosa catarata de mi vejez,
cuando las certezas quepan en
un puño calmo y sin quebrantos o ira,
cuando no necesite de la palabra,
o mejor dicho, cuando la palabra
no quiera ya venir.
Será el día que esté próxima la sequía.
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