Dolorido por un rasguño del sol sobre mi ojo
puse cara al perdón que había soñado anoche,
regateé con mi orgullo el precio del olvido
y el funeral de aquel viejo y sordo rencor.
Me agaché, besé el pedestal de la humildad,
pagué mis deudas con mis cuervos interiores,
esos mismos que me agusanaban las entrañas
y vomitaba con cada palabra negra e iracunda.
Dejé flores en el panteón del odio consumido,
sus llamas son hojarasca que piso según avanzo
con los pies descalzos y la coraza traspasada.
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