¡Qué malo es
no recordar los sueños!
Tener los ojos
bajo techo,
encerrados en
un hogar sin estrellas,
no poder ver
el cielo
por vivir en
constante rebelión
contra el
cambio
o afincar las
esperanzas
en una mansión
de cenizas
y mediocridad,
habitarse en hipoteca de vida,
habitarse en hipoteca de vida,
sobrevivir un día
y otro
sin pretensión
de vislumbrar
el alba.
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